El valedor
Por Tomás Mojarro
¿Seguiremos exigiendo a nuestro enemigo histórico? ¿Demandarle al tigre que por amor a nosotros se vuelvan vegetariano? Para ilustrar esta que ha sido mi tesis Tommy Douglas, canadiense, utiliza otra clase de personajes. Aquí, recreada, una fábula que si no la entendemos pero para nosotros y para el país. El ganancioso va a ser, como siempre, el tigre. Aberrante.
La fábula describe un país de ratones, Mouseland, donde los pequeños roedores vivían y jugaban, nacían y morían como ustedes y yo, y que incluso votaban y se habían dad su gobierno, integrado por enormes y gordos gatos negros.
¿Extraño que los ratones elijan un gobierno de gatos? Estudien tan sólo la historia de México, desde Guadalupe Victoria hasta hoy día, y podrán comprobar que los roedoras, jura el canadiense, “no eran más estúpidos que nosotros”. No estoy hablando mal de los gatos, dice. Ellos eran buenos felinos, ejercían el gobierno con dignidad, creaban buenas leyes, unas leyes excelentes, para los gatos, por más funestas para los ratones. Una de estas leyes decretaba que la entrada a la ratonera fuese lo suficientemente grande como para que un gato pudiera introducir su pata. Otra estipulaba que los ratones sólo podían desplazarse a cierta velocidad para que el gato obtuviese su desayuno sin esfuerzo físico. ¿Lo iremos entendiendo?
Las leyes eran muy buenas para los gatos, pero tan rudas para los ratoncitos que de repente, cuando no pudieron soportar más, decidieron que algo tendría que hacerse, y fue entonces: echaron del gobierno a los gatos negros… para sustituirlos con gatos blancos, que habían realizado una soberbia campaña electoral. “Lo que Mouseland necesita es más amplitud de criterio. El problema son las entradas redondas a las ratoneras. Si nos eligen decretaremos por ley unas estradas cuadradas”.
¿Entendemos ahora? El problema no está en el color de los gatos. El problema es que se trata de gatos, que como gatos cuidan los intereses no de los ratoncitos, sino de los propios gatos. ¿Algún día lo llegaremos a entender y adquirir conciencia de enemigo histórico?
De repente, el escándalo: llegó un ratoncito con una idea (mucho cuidado con quien tiene una idea): “¿Por qué seguimos eligiendo un gobierno de gatos, compañeros? ¿Por qué no elegimos un gobierno de ratones?” ¡Horror!, exclamaron. “Este es un comunista, ¡enciérrenlo!”. Y lo encarcelaron.
“Pues sí, los ratones pueden encerrar un ratón o un hombre, pero no pueden encerrar una idea”. ¿Lo entendió alguno? ¿Lo comprenderían los “activistas” que ¡exigen! a los gatos que por amor a nosotros cambien su dieta a yerbitas del campo y a los ratoncitos nos dejen en paz? Lo dudo. (Lástima)
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